Esta es la típica frase que oigo casi siempre que empiezo a ayudar a un niño o una niña con problemas de visión.
Muchas veces la madre (o el padre) tienen ellos mismos problemas de visión. Y aunque están dispuestos a dedicar tiempo, energía y dinero para ayudar a sus hijos a ver mejor, ni siquiera se le ocurre fijarse en su propia vista, y aun menos invertir tiempo, energía y dinero en ella.
Si lo propongo, recibo más o menos siempre la misma respuesta: «bueno, es que es demasiado tarde para mí», o «me gustaría, pero no tengo tiempo».
En la página de las sesiones individuales (que deberían haber leído con atención) digo muy claramente que, para que funcionen con un niño, al menos uno de los padres tiene que comprometerse no sólo a «controlar que los niños hagan los ejercicios», sino también a… ¡hacerlos ellos mismos!
El hecho es que los niños copian el comportamiento de sus padres y el comportamiento es una de las causas de los problemas de visión, mucho más importante que la genética.
Recuerdo lo que me dijo Claudia Mühlenweg, una educadora alemana que vive en Estados Unidos:
<< Yo misma me reconozco en el comportamiento de estas madres.
Me convertí en madre soltera de mis dos hijas cuando acababan de cumplir 4 y 6 años. Dormir era un lujo, mi nivel de cortisol alto y sea cuerpo que cerebro se veían empujados más allá de sus límites.
Cuando las inscribí a un programa de terapia de juego para niños de divorciados, la asesora me preguntó si necesitaba apoyo y asesoramiento.
Mi respuesta fue: «No, gracias, estoy bien». No necesito ayuda.
Y aún hoy, tiendo a levantarme cuando mis hijas veinteañeras necesitan algo, mientras rara vez me ocupo de mí misma.>>
Y no es el único testimonio en este sentido. Morena Bernardi, excelente educadora visual y actual presidenta de la Asociación de Educadores Visuales italianos, también buscó el método Bates para ayudarse no a sí misma (ahora ha recuperado -5 dioptrías de miopía), sino a su hija, que acababa de empezar a mostrar signos livianos de miopía.
Ambas confiesan que siguen trabajando para curarse y quererse a sí mismas. En el fondo, se trata de un viaje que dura toda la vida para todos nosotros.
¡Y tampoco quiero acabar como mi madre!
Claudia cuenta cómo entró en contacto con otro grupo de mujeres. Personas que han notado el deterioro de la vista de la madre, a menudo rápidamente y con frecuencia hasta el punto de la ceguera.
Ver el rápido deterioro de la vista de sus madres, a menudo acompañado de costosas operaciones que no solucionan el problema, unido al hecho de que su propia vista se ha deteriorado recientemente, les da una idea clara de lo que ocurrirá si siguen así, igual que sus madres.
A menudo se da por hecho que una persona mayor vea mermados sus recursos, incluida la vista, y que poco pueda hacer aparte de gafas, revisiones y operaciones.
Y tengo que decir que con la misma frecuencia son las propias personas mayores las que se resisten a buscar ayuda, o no están dispuestas a participar en actividades en las que no confían.
Pero no deja de ser una llamada de atención.
«No me gusta ver a mi madre perder su independencia y … si no hago algo por mí ahora, podría quedarme ciega o casi tan ciega como mi madre y voy perder mi independencia.
Tanto que se trate de querer ayudar a un niño como de buscar una solución a los problemas de los padres, cuando se trata de problemas de la vista, es ante todo a nosotros mismos a quienes debemos ayudar a recuperar la vista y nuestro potencial. Quién sabe, quizá esto sirva de buen ejemplo a otros, que se trate de hijos o padres.
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